– ¡Me va a caer la del pulpo!
– ¿Cómo?
– Que si no me largo me va a caer la del pulpo. Nos vemos, guapa.
Y se pira. Por la misma puerta por la que hace dos horas entró hecho un adonis, un centauro del desierto, un cruce perfecto entre Marlon Brandon, James Dean y Bertín Osborne enfundado en pantalones de cuero.
Os pongo en situación. Tengo dos amigas (hola, perracas) a las que se les ha metido entre ceja y ceja que yo, la Tastaolletes, vuestra Tastaolletes, salgo poco; y que así cómo me voy a echar un buen maromo que me diga melindres. Ellas no utilizan exactamente esa expresión, pero nos entendemos.
El caso es que este sábado Paula se quedaba a dormir en casa de una amiguita y ya no tuve excusa. Además me apetecía, qué caray…. y entre todos los tipos del mundo que van a todos los bares del mundo en todos los sábados del mundo, me tiene que tocar el que aún tiene hora para volver a casa.
No abundaré en detalles, porque no es el sitio, pero el resumen es que a la hora de los clarines y las banderas al viento el tipo va y me suelta que se larga para que no le caiga la del pulpo.
De lo que deducimos: A) es tonto B) está casado C) vive con su anciana madre D) todo lo anterior.
Pero me dio pie a una receta, un clásico de Xàbia que aunque sea sencillo, no todo el mundo lo hace bien. Se trata del ¡¡pulpo seco a la brasa!!
INGREDIENTES
1 pata de un pulpo que pese entre 3 y 4 kilos
1 manojo de sarmientos
1 buena copa de vino
0 Prisas
Elegir bien el pulpo es fundamental. Ha de ser pulpo de roca y ha de ser grande, porque de lo contrario al secarlo las patas se quedarán en nada. Para eso, recomiendo las pescaderías de la lonja. La temporada del pulpo ya ha empezado, así que es fácil que si os asomáis os sonría la suerte. Además, a mí el ambiente de la lonja me fascina.
PREPARACIÓN
¿Tenemos el pulpo? No os oigo, maldita sea ¿tenemos el pulpo? Bien, muy bien. Pues ahora al congelador. Esto es así porque hay que romperle las fibras. Otra solución, no es broma, es darle una paliza con un mazo de madera; de ahí la expresión “dar la del pulpo”. Pero el congelador es mejor. En una semana el pulpo estará perfecto.
Luego lo sacamos, dejamos que se descongele sin prisas y cuando esté a punto le cortamos las patas para separarlas. Así el aire las envolverá perfectamente durante el secado impidiendo que se pudra alguna parte. La cabeza la reservaremos para, por ejemplo, acompañar un arroz seco cortada en dados muy pequeños.
Con las patas separadas (las del pulpo, se entiende), buscaremos un lugar fresco, que no le de el sol directamente y donde corra el aire. Y las colgaremos durante cinco días cubriéndolas con tela mosquitera para que ningún insecto meta sus sucias zarpas en nuestro manjar.
Cuando las patas adquieran una textura elástica y cuando su suave aroma a mar te afloje las rodillas es tan fácil como coger la pata, encender un buen fuego con sarmientos (o directamente la llama de la encimera, ejem) y asarlo directamente hasta que quede negro por fuera y blanco y jugoso por dentro.
Se corta en rodajas de 1 centímetro más o menos, se cubre de un aceite suave para no matar su esencia y se descuelga el teléfono, se atrancan las puertas, se pone el cartel de no molesten y ¡a disfrutar!
Para acompañarlo, venga, un blanquito de cualquier bodega de Duanes, que eso siempre es gloria bendita.
¡Que os guste mucho!